La inflación (o elevación de los precios al consumidor) es en la economía el gran termómetro del desajuste entre la oferta y la demanda agregadas, y tiene efectos muy corrosivos, en múltiples aspectos, cuando se halla en niveles elevados. Por ejemplo, disminuyendo la capacidad adquisitiva de la población y los incentivos para ahorrar, incrementando los costos internos, afectando el planeamiento empresarial y la competitividad externa. Con su reducción, o por lo menos impidiendo que se eleve, se establece mejores condiciones para la inversión y el crecimiento.
A diferencia de décadas anteriores, este fenómeno ya no es hoy, y desde hace varios años, el principal problema latinoamericano. Sin embargo, no ha dejado de ser un elemento perturbador en varias economías de la región. Veamos, con información de los bancos centrales o institutos de estadística de los países de la zona, los resultados obtenidos por éstos acerca de tan fundamental indicador.
Los datos nos indican que, al igual que en los años previos, El Salvador registra la menor tasa. Lamentablemente, dicha situación, que en otras circunstancias podría constituir una buena noticia, en el caso del pequeño país centroamericano no lo es tanto, pues va aparejada con una tasa de crecimiento que, consistentemente, es la más baja de toda la región (menos de 2% anual en lo que va del siglo), e impide la mejora del nivel de vida de su población.
Otros países con escasa variación de sus índices son República Dominicana (1.6%), Panamá (2.6%) y Guatemala (2.9%).
El Perú, afortunadamente, también exhibe una tasa que, si bien cerró el año ligeramente por encima del rango meta (de entre 1 y 3%), es totalmente manejable, a tal punto que ha permitido al banco central reducir su tasa de referencia con el fin de hacer frente a la fuerte desaceleración que viene afectando a la economía. Según los analistas, y en concordancia con la estabilidad requerida, en el presente año retornaría al referido y muy saludable rango.
La economía más grande de la región, Brasil, aún no logra dominar su pertinaz inflación, y más bien la vio incrementarse. El gigante del este tiene pendiente, para enfrentar adecuadamente el problema, una sustancial reducción del tamaño de su Estado y del nivel del gasto.
Colombia, que en el 2013 había mostrado una de las tasas más bajas (de sólo 1.9%), esta vez la vio crecer hasta 3.7%, en tanto que Chile experimentó un proceso parecido, pero con una tasa que en el año recién terminado se acercó peligrosamente al 5%.
También subieron las tasas en Costa Rica, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Paraguay. Contrariamente, bajaron en Bolivia, Guatemala, Panamá y República Dominicana.
Los casos de Argentina y Venezuela merecen una mención aparte, por tratarse de países con cifras sumamente elevadas. En el país austral, ésta llegó a 23.9%, lo que si bien parecería estar reflejando una cierta desaceleración en relación a lo visto a inicios del año, aún es evidencia de un fuerte desequilibrio.
Lo de Venezuela, por su parte, es muy grave, pues su tasa inflacionaria, la más alta del mundo, no sólo revela un total desmanejo macroeconómico, sino también está propiciando, de la mano de la fortísima recesión (de aproximadamente 4% en el 2014, y seguramente similar tasa en el 2015), y de la escasez de bienes y otros elementos negativos, un creciente malestar social que podría desbordarse en algún momento. Lamentablemente el gobierno, lejos de intentar un dramático cambio de rumbo, persiste tercamente en el error.
No hay comentarios:
Publicar un comentario