La inflación (elevación de los precios al consumidor) constituye el gran termómetro de la economía, pues denota el "recalentamiento" de ésta, derivado del desajuste entre la oferta y la demanda agregadas.
Cuando se halla en niveles elevados, tiene efectos muy corrosivos, en múltiples aspectos. Por ejemplo, disminuye la capacidad adquisitiva de la población y los incentivos para ahorrar, incrementa los costos internos, afecta el planeamiento empresarial y disminuye la competitividad externa. Reduciéndola, o evitando que se eleve, se establece mejores condiciones para la inversión y el crecimiento.
El año pasado hubo desempeños diversos entre los países de nuestra región, con algunos teniendo éxito en reducirla, pero con otros afrontando dificultades para hacerlo, e inclusive naufragando en el intento. Veamos, con datos provenientes de los bancos centrales e institutos de estadística, la situación al respecto.
El país menos afectado es El Salvador, que desde el año 2012 mantiene una tasa promedio menor al 1%, y en el 2016 la vio decrecer (algo que tampoco es recomendable, pues desincentiva la producción, como lo demuestra el hecho de ser uno de los países latinoamericanos que menos crecen, pese a su bajo nivel de desarrollo).
Le siguen Costa Rica y Ecuador, también con tasas bastante bajas, y luego Panamá, República Dominicana y Chile, todos ellos con tasas menores al 3%.
El Perú, que en el 2015 figuró en el décimo tercer puesto con una inflación de 4.4%, esta vez se ubicó en el octavo, debido a que, por el descenso del tipo de cambio, logró reducirla sustantivamente, a 3.2%.
México, golpeado por el alza del dólar, vio incrementarse fuertemente la suya, que pasó del 2.1% al 3.4%, y a la fecha, impulsada por el alza de precios que decretó para los combustibles, ya se acerca al 5%.
Bolivia también elevó su cifra, que pasó de un destacado 2.9% a 4.0%.
En Colombia y Brasil las tasas siguen siendo significativas, pero afortunadamente con tendencias muy claras a la baja en ambos casos, especialmente en este último país, donde ha pasado de 10.7% a 6.3%.
En Argentina la tendencia también es bajista, estimándose que el dato global del 2016 fue menor que el del 2015, y previéndose que el del presente año mantenga esa tendencia decreciente, al compás del saneamiento fiscal que viene llevando a cabo el actual gobierno.
En Venezuela, la situación no es comparable a ninguna de las mencionadas, pues es simplemente catastrófica, al punto de que, contraviniendo todas las disposiciones legales, el gobierno ni siquiera presenta cifras. Por ello, sólo queda basarse en la estimación del FMI, que proyecta una inflación de 720%, sin duda la más alta del mundo.
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