En sus primeras y cortas palabras en un reciente discurso de asunción de funciones, la nueva y joven ministra de Economía María Antonieta Alva ha señalado varias cosas sumamente importantes.
La principal, sin duda, es que su prioridad será mantener la estabilidad macroeconómica, aquella que le permite al Perú sobrellevar mejor que la mayoría de países todo tipo de circunstancias adversas (exógenas como la absurda guerra comercial entre Estados Unidos y China y endógenas como el intenso ruido político de los últimos tres años) sin dejar de crecer y reduciendo sostenidamente la pobreza.
Otra es que piensa poner énfasis en algo tan fundamental como la mejora de la competitividad, variable que encierra una enorme gama de elementos (entre ellos la mejora de la infraestructura) y mediante la cual las empresas nacionales se ponen en condiciones de resistir a pie firme la dura competencia de las empresas que arriban a nuestro mercado y de incursionar exitosamente en otros mercados.
Y una tercera es su intención de mejorar, a partir de su experiencia en la materia, los sistemas de administración de los recursos públicos, para que obtengan resultados más directos y tangibles y cada vez lleguen a más personas, a través de una mayor inclusión financiera y otras políticas en el mismo sentido que impliquen ampliar las oportunidades de crecimiento y desarrollo para todos.
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