Nuestro banco central, como los otros de su tipo, efectúa su manejo monetario procurando delicados equilibrios en materia de precios, crecimiento de la producción y movimiento de capitales en el sector externo.
Con ello evita, por ejemplo, que un nivel demasiado bajo de la tasa de referencia genere presiones inflacionarias, que uno demasiado alto restrinja excesivamente el crédito, o que una alza o baja propicie bruscas entradas o salidas de capitales especulativos (de corto plazo).
Luego, a través de los créditos de corto plazo que otorga a las entidades financieras, induce a que el costo del dinero se acerque al nivel señalado.
Si bien es deseable mantener sin variaciones la tasa, para que los agentes económicos tengan una señal clara de estabilidad en materia del costo del dinero, en ocasiones se hace imperativo modificarla ligeramente, con el fin de contribuir a que la economía enfrente con éxito situaciones adversas. Así, cuando esta muestra indicios de enfriamiento, el banco central suele reducir la tasa, en tanto que cuando muestra signos de recalentamiento (reflejados en una creciente inflación), más bien la incrementa.
Pero ahora la situación ha cambiado radicalmente, pues la economía se está reactivando aceleradamente, y los precios están comenzando a subir de manera preocupante, tanto por el alza internacional de los precios de muchos productos que importamos como por el alza del tipo de cambio,, debido a la gran incertidumbre que ha generado en los mercados la llegada al poder de un grupo político que amenaza desmantelar el modelo económico de libertades y apertura al mundo. En julio la inflación ha sido de 1.01%, con lo cual la tasa anual ya llegó a 3.81%, muy por encima del techo del rango meta (que va de 1% a 3%).
Así las cosas, era inevitable que el BCR elevara su tasa, pues la actividad económica ya no necesita una tasa tan marcadamente expansiva (lo sigue siendo, pero menos que antes) y más bien los precios requieren un ajuste en esa materia.
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