Felizmente, con los grandes resultados del programa económico (que abatió la hiperinflación y propició el crecimiento) y la derrota del sanguinario terrorismo de Sendero Luminoso, el sentir de la población cambió radicalmente, haciéndose claramente optimista. Así, el porcentaje que consideraba que el Perú estaba progresando se hizo dos, tres o cuatro veces mayor que el que lo veía retrocediendo. Esa muy alentadora visión se mantuvo (apenas con un pequeño traspié en el año 2015) hasta fines del 2017.
Desde entonces la situación ha cambiado radicalmente, mostrando un creciente pesimismo poblacional. En un inicio este se debió al interminable ruido político, que acabó con la caída del presidente Kuczynski, luego a la pandemia pésimamente manejada por Vizcarra, y luego a la feroz confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo que desencadenó la disolución del Congreso, la vacancia del gobernante y los interinatos posteriores.
Y ahora se debe al desastroso gobierno actual, repleto de prontuariados, incompetentes y defensores de ideas absurdas, incansables en la generación de hechos cuestionables, que al propiciar incertidumbre desalientan la inversión. Eso, sumado a un entorno exterior que ha llevado la inflación de casi todos los países a cifras récord, explica claramente que en el gráfico adjunto la línea roja del sentimiento pesimista se haya disparado a su peor nivel en tres décadas, y que la azul del optimismo haya descendido como casi nunca se había visto.
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