La tasa de interés de referencia que establecen los bancos centrales es determinante en el costo del dinero, y con ello en la capacidad de luchar contra la inflación o promover el crecimiento de la economía.
A la vez, influye en las rentabilidades financieras, y con ello en los flujos externos de capital, pues una mayor tasa tiende a incentivar el ingreso de estos, mientras una menor los desincentiva.
En ese marco de cosas, dichos bancos calculan una tasa que permita conciliar tales múltiples objetivos. Al hacerlo, procuran que se sitúe por encima de la inflación esperada, para que la tasa real resultante de la diferencia entre ambas devenga positiva, reflejando el costo que el dinero siempre debe tener (lo que no ocurriría si se situara por debajo de esta, implicando un interés real negativo o un dinero regalado).
Con su buen manejo monetario desde los años 90, el BCR ha sabido mantener esta última tasa siempre por encima de la inflación. El gráfico adjunto permite observar lo acontecido desde el año 2011, y constatar que hasta mediados del 2014 la tasa real estuvo en promedio por encima del 1%, y sólo se redujo considerablemente en la segunda mitad del año 2015, en que la aguda recesión obligó al BCR a reducirla a un nivel mínimo, para incrementar su estímulo a la actividad productiva.
Pero luego decidió elevar su tasa (pues la inflación se estaba alejando del rango meta), y ello contribuyó a que la tasa real recuperara valor.
Y desde el año 2017, pese a que la entidad retomó el camino de reducir su tasa para seguir lidiando contra la pertinaz desaceleración, la tasa real se ha mantenido en un aceptable nivel positivo, gracias a que la inflación se halla en un nivel mínimo.
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