La noticia es muy negativa, considerando el desfavorable impacto que la subida de precios tiene sobre el poder adquisitivo de las personas y, de múltiples formas, sobre el conjunto de la economía.
Dicha alza del dólar tiene una sola explicación: la enorme incertidumbre que ha generado el inminente ascenso al poder de Pedro Castillo, un candidato cuyas propuestas políticas y económicas, claramente preocupantes, están paralizando las inversiones. Estas se venían recuperando fuertemente luego de la pandemia, como lo demuestra (ver aquí) el gran repunte de la inversión extranjera directa en el primer trimestre, pero en los últimos meses se están frenando notoriamente, ante los necios anuncios de cambio de la excelente Constitución actual y del muy buen modelo económico, de estatizaciones, de restricciones a las importaciones, de apropiación de los fondos privados de pensiones, de cuestionamientos a los contratos, etc. Intentando lucir moderado, Castillo insinúa que no habrá nada de eso, pero lamentablemente luego se desdice, ratificando lo señalado en el retrógrado ideario del partido por el cual ha postulado. Por ejemplo, da a entender que Julio Velarde, de excelente gestión en el BCR, continuará al frente de la entidad, pero poco después insiste con una ilegal convocatoria a una Asamblea Constituyente, que busca demoler el actual modelo económico. Su asesor económico Pedro Francke intenta calmar al mercado asegurando que no habrán medidas radicales como esas, pero acto seguido es desmentido por los dirigentes del partido, que ratifican la aplicación de las ideas primigenias, sin hojas de ruta ni moderaciones.
En ese marco de cosas, es perfectamente entendible que el capital privado nacional y extranjero esté sobresaltado, que el dólar esté subiendo con fuerza, y que la inflación haya tenido en junio el pésimo dato que acabamos de ver. El BCR hace el máximo esfuerzo para que las cosas no lleguen a un punto de extrema gravedad (ya empleó cerca de US$ 10 mil millones de reservas para sostener al Sol), pero no tiene capacidad ilimitada frente a las fuerzas del mercado, mucho menos cuando las señales emitidas desde el ámbito político están repletas de irracionalidad. Por eso, entre las monedas de los países de la Alianza del Pacífico la nuestra es la que más se ha devaluado desde el momento en que se conoció el resultado electoral.
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