No solo por la propuesta en sí, que espanta la inversión privada, tres o cuatro veces más grande que la pública, y principal responsable de que crezca la economía y mejoren el empleo y los ingresos de los peruanos.
Castillo también fue objeto de esas contundentes críticas porque con su discurso destruyó, en un minuto, todas las seguridades y garantías que, a través de su presentación en el Congreso, la premier Vásquez les estaba dando a los inversionistas nacionales y extranjeros.
Con Castillo saboteándolos tanto a ella como al ministro de Economía (que también hace denodados esfuerzos por generar confianza), ya a nadie le interesa lo que digan estos últimos. Lo único que les interesa a los inversionistas es haber confirmado que el presidente es un radical estatista, y que por ende se ha vuelto riesgoso apostar por el Perú.
Por despropósitos como ese nuestro país está dejando de ser uno de los más confiables de América Latina (ergo, de mayor potencial para crecer y mejorar) para pasar a ser uno de aquellos que por falta de inversión privada (que fuga espantada por disparates como el comentado) están estancados o decrecen (o crecen únicamente por gastos públicos insostenibles, déficits fiscales, emisiones monetarias descontroladas y/o deudas que tarde o temprano toman la forma de terribles crisis).
En 50 años nunca había visto a alguien tan limitado en un cargo tan alto como a Castillo.
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