La inversión extranjera directa (IED) es, al igual que la inversión (privada y pública) nacional, un componente fundamental para el crecimiento, pues a través de ella arriban los capitales que el país requiere para concretar los grandes proyectos en las áreas minera, energética, petrolera, gasífera, industrial, agraria, de telecomunicaciones, vial, inmobiliaria, portuaria, aeroportuaria, etc.
Por ello éste se esmera, mediante un ambiente macroeconómico estable, una política económica responsable y un marco jurídico que inspire confianza, por atraerla, para que complemente aquélla que efectúan los inversionistas nacionales.
El monto de IED, que en los años 70 y 80 cayó estrepitosamente por efecto de un entorno económico y político totalmente adverso a lo que estas inversiones requieren, felizmente comenzó a recuperarse de manera significativa a partir de los años 90, y ese proceso ha continuado a lo largo del presente siglo, gracias a gobiernos que supieron mantener el rumbo adecuado.
Como resultado de ello, el año 2012 fue testigo del flujo más alto de IED de nuestra historia, que alcanzó los US$ 11,918 millones. Teniendo en cuenta los grandes proyectos a construir en el corto y mediano plazos (entre ellos la Línea 2 del Metro de Lima, el gasoducto del sur, el puerto del Callao y el aeropuerto internacional de Chinchero en Cusco), no cabe duda de que esa cifra será rebasada muy pronto.
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