Como lógica conclusión, un sólido 63% cree que debería renunciar.
Su nula preparación para el cargo, su absoluta falta de transparencia, su designación de pésimos ministros y funcionarios (varios de ellos meros delincuentes), los graves indicios de corrupción, la necedad de plantear absurdos como el cambio de Constitución y del modelo económico, su afinidad con grupos cercanos al terrorismo y al narcotráfico, su simpatía por impresentables como Cerrón, Evo Morales y otros, su inaceptable propuesta de plantear un referéndum para cederle soberanía a Bolivia y otros temas cuestionables le están pasando una aplastante factura. No hay semana en la que no se conozca un nuevo escándalo. Lo más reciente estuvo dado por su ilegal decreto de inamovilidad de la población, los escándalos de corrupción de sus sobrinos y el elogio a Hitler por parte de su destemplado primer ministro.
Para colmo de males, la inflación mundial le llegó en el peor momento, agravando las cosas en el super sensible tema económico, en el cual el gobierno ya había generado, con sus absurdos planteamientos, un frenazo a la inversión privada (fundamental para el crecimiento y la creación de empleo) y el deterioro de la calificación crediticia.
Ya no quedan dudas, ni entre la población ni entre aquellos analistas que le daban el beneficio de la duda. Todos han llegado a la conclusión de que Castillo debe irse lo más rápido posible.
Es increíble que ese descomunal desgaste haya ocurrido en solo ocho meses, un período de tiempo en el cual los gobernantes aún suelen estar de luna de miel con la población, que les da su confianza y optimismo.
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