La estación postergada (Imágenes: Consorcio Tren Eléctrico)
Como bien señaló ayer el diario El Comercio (ver aquí), parecería que lo único que le interesa al actual gobierno es concluir la obra antes de que culmine su mandato, para darse el gusto de inaugurarla. Con esa consigna, cualquier iniciativa que implique apurar los trabajos, o reducirlos, como en este caso, sería bienvenida. Aunque parezca mentira. La posibilidad de aceptar trenes de segunda mano también parecería apuntar en la misma dirección (teniendo en cuenta que toma menos tiempo repotenciar trenes usados que obtener material nuevo).
Pero resulta que la meta de la ciudad de Lima no necesariamente es tener el tren funcionando antes del 28 de julio del 2011. La meta de la capital es, ante todo, tener un buen Metro, que opere adecuadamente, de acuerdo a los planes y estudios (y no a caprichos y decisiones de último momento), y que se construya con la calma y serenidad necesarias, y no con precipitaciones que puedan conducir a accidentes (como el que hace unos días estuvo a punto de matar a varios trabajadores, al ladearse y estar a punto de caer una pesada columna) o a una obra de mala calidad.
Si eso implica que el Metro deba ser inaugurado en los primeros meses del siguiente gobierno, y no en el último del actual, habrá que aceptarlo así. En ese momento corresponderá, claro está, hacer el debido reconocimiento al presente régimen, altamente identificado con la obra. Lo que no corresponde es imponer a como dé lugar un cronograma apretado y cuestionable, que pueda poner en riesgo la calidad del trabajo. Que el tren llegue a su destino en el momento correcto, y que no se le fuerce a llegar antes.
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