Su origen se remonta al año 2000, cuando la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, entidad conformada por los países más desarrollados del planeta) decidió establecer un sistema para evaluar a lo largo del tiempo el nivel educativo de sus estudiantes de secundaria, poniendo énfasis en los fundamentales temas de comprensión de lectura, matemáticas y ciencia, pero también en los de solución colaborativa de problemas y finanzas.
Gracias a su creciente prestigio, explicado por su alto nivel y rigor, muchos otros países (entre ellos el Perú) han decidido sumarse al reto, para ver cómo se desempeñan sus respectivos estudiantes.
Luego de que el consejo directivo de la OCDE aprueba la participación de un país, procede a elegir las escuelas individuales que tomarán parte en la prueba. Para ello se basa en criterios estrictos, que permitan una selección representativa. Los participantes son elegidos aleatoriamente entre todos los estudiantes de la edad mencionada que se hallen en el séptimo grado o uno más alto en las escuelas seleccionadas.
Esos estudiantes rinden la prueba en el mismo idioma que usan en sus clases normales. En ella no se les hace preguntas que requieran memorización; más bien se les pide interpretar textos, resolver problemas matemáticos, o explicar un fenómeno de manera científica, empleando sus conocimientos y su habilidad para razonar.
La prueba no se fija en el rendimiento individual de los estudiantes, sino en el desempeño general del país (o región de ser el caso).
Cuando un país no ha logrado organizarse para participar, pueden hacerlo, por cuenta propia, sus regiones o jurisdicciones que sí lo hayan hecho. Es lo que ocurrió con Argentina en la prueba del año 2015, en la que en cambio sí participó la ciudad de Buenos Aires.
Pese a lo que se suele pensar a raíz de la presentación de los resultados cada tres años, la prueba PISA no pretende ser un ranking de países en materia educativa. Lo que busca es mostrar si los sistemas escolares se están haciendo más o menos efectivos para preparar a sus estudiantes para estudios más avanzados o para trabajar, y averiguar si estos están adquiriendo las habilidades sociales y emocionales (como las de aprender a trabajar y comunicarse con los demás) que necesitarán para prosperar. Una de sus principales metas es alentar a los países a aprender de las experiencias de los demás en construir sistemas de educación más justos e inclusivos.
(Continuará)
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