Son, como vemos, efectos que se han manifestado como choques de demanda, choques de oferta y volatilidad en los mercados financieros, y se han transmitido al conjunto de la actividad económica.
Los choques de demanda lo han hecho afectando duramente, más que a casi todas las demás, las actividades de viajes y turismo (dañando los negocios de aerolíneas cruceros, restaurantes y servicios de entretenimiento, que en su mayoría aún continúan inactivos). Asimismo, han deteriorado el consumo (poniendo en serios aprietos las actividades del transporte, educación, servicios locales y ventas al por mayor). En los países con baja capacidad para llevar a cabo educación no presencial (por medios informáticos) prácticamente se ha perdido el año escolar.
Los choques de oferta han alterado considerablemente las cadenas de suministro (afectando los sectores dedicados a las telecomunicaciones, tecnología, autos y productos de belleza). Y sobre todo han afectado, y gravemente (siendo este uno de sus aspectos más nocivos) los sistemas de salud, provocando su colapso en un significativo número de países (entre ellos el nuestro), que vieron desbordada su capacidad de atender a muchos pacientes graves.
En cuanto a la volatilidad que han generado en los mercados financieros, esta se ha plasmado en la caída del precio de las materias primas, afectando dramáticamente a los países que las exportan (entre ellos el Perú), que redujeron sus ingresos fiscales y su capacidad de crecer. Esa volatilidad también se ha traducido en fuertes caídas en los mercados bursátiles (ante el incremento de la aversión al riesgo), poniendo a dura prueba a las instituciones financieras y obligando a los gobiernos a proveer de urgente liquidez a los agentes económicos, para impedir un catastrófico rompimiento de la cadena de pagos.
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