La mayoría de países de la región las vieron reducirse el año pasado (siendo notorios los casos de Brasil y Chile). Ello ocurrió por efecto de la evolución de los diversos flujos del sector externo: comerciales y de servicios, inversión extranjera, remesas y otros factores que inciden en la balanza de pagos (cuyo saldo se traduce en la variación de las reservas) y en el proceso de lidiar con el complejo panorama global generado por la invasión de Rusia a Ucrania. Y, como se observa en los siguientes datos, obtenidos de las páginas web de los respectivos bancos centrales, en algunos casos el proceso continúa.
A nuestro país le siguen, a gran distancia, Colombia, Argentina y Chile. Cabe señalar que el dato argentino no es comparable con los demás, pues se refiere a las reservas brutas, de las cuales hay que restar los grandes pasivos de su banco central, resultando de ello un monto neto mucho menor, que se condice con su muy precaria posición financiera y es una de las principales causas de la gran debilidad de su moneda.
El caso boliviano es preocupante, porque el país, de la mano de un modelo económico estatista y plagado de distorsiones, controles y otras malas decisiones, ha perdido en los últimos años la mayor parte de sus reservas (que ya solo representan el 9% de su PBI), en un proceso que continúa y está llevando a prever una próxima fuerte devaluación de su moneda, lo que a su vez gatillaría la inflación.
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